...Es como decir que no se puede comer helado en invierno o que en verano no se puede esquiar.

 

No hay nada que me guste más que el verano (basta con conocerme un poco para saber que en invierno vivo envuelta en un bufanda que me da varias vueltas al cuello y cuento los días para que vuelva el calor), pero no sé que tienen las bodas de invierno que me vuelven loca.

 

En cuanto Fátima y Eduardo nos llamaron para ver si teníamos disponible el 8 de noviembre para hacer el reportaje de su boda en Ciudad Real, no lo dudé ni un segundo, les dije que sí casi antes de que me diera tiempo a comprobar nuestro calendario de bodas.

 

Como toda boda de invierno que se preste, hacía frío (mucho frío), las nubes tamizaban los rayos de un tímido sol que no se atrevió a salir en todo el día, el viento hacía de las suyas con el maravilloso vestido que Pol Nuñez había creado para Fátima... pero nada de eso importaba. Era su día. Desde por la mañana Fátima estaba deslumbrante, Eduardo nervioso, pero en cuanto vió aparecer a Fátima en un espectacular Triumph de finales de los 60, una sonrisa se dibujó en su cara y sus ojos brillaron como brillan los ojos de los niños la noche de reyes.

 

Las fotos que os quiero enseñar de esta boda son las de los momentos que pasamos con ellos, justo después de la ceremonia en la Iglesia de San Pedro Apóstol, de camino al Palacio de la Serna, dónde les esperaban todos sus invitados. Esta vez era Eduardo, mucho menos nervioso ya, quien iba al volante del Triumph, rodando por las carreteras desiertas de Ciudad Real, con Fátima de copiloto, y nosotros detrás, como fieles escuderos.

 

A simple vista el día no acompañaba (por lo del frío y el viento que os he contado antes). Pero nosotros sabíamos que era todo lo contrario. El Pol Nuñez de Fátima parecía que cobraba vida propia con el viento, las nubes creaban un decorado perfecto, nos sentíamos como en una película: la carretera infinita, la tierra roja, los campos que se extendían hasta dónde se perdía la vista. Y por supuesto, lo más importante y sin lo que todo lo demás dejaría de tener sentido, Fátima y Eduardo, recién casados, exultantes de felicidad.

 

Caminaron por la carretera, por los campos (los Lodi de Fátima aguantaron mucho más de lo previsto), se abrazaron, rieron, y disfrutaron de cada minuto como si estuvieran sólos. Dos cámaras de fotos y una cámara de vídeo les apuntaban en todo momento, pero ellos ni las veían, solo tenían ojos el uno para el otro. Estaban viviendo su sueño, confiaban en nosotros e hicieron todo lo que les dijimos: "disfrutad y dejaos llevar." Y así es como se produce la magia, cuando te olvidas de las cámaras, empiezas a ser tú mismo, a emocionarte pensando en los momentos de la ceremonia que acabas de protagonizar, y sintiendo la felicidad más absoluta invadiendo cada rincón de tu cuerpo.

 

¿Y nosotros mientras que hacemos? disparar sin parar, en ráfaga, a bocajarro.. para que todos esos instantes se congelen en una imagen, y todos esos sentimientos, esas sensaciones y esas emociones vivan para siempre dentro de las fotografías.

 

Parece magia ¿verdad?.